Solemnidad del Corpus Christi B
Jueves 30 de mayo de 2024, Santo Sepulcro
Ex 24,3-8; Heb 9,11-15; Mc 14,12-16.22-26
Estimados Hermanos,
¡Que el Señor os dé la paz!
Hoy celebramos el Corpus Christi. Es una solemnidad nacida en la época medieval, con la bula Transiturus de Urbano IV y fue instituida para recordar que la Iglesia está fundada en la Eucaristía. El primer borrador de la bula para la institución de esta solemnidad fue dirigido por el Papa Urbano IV al Patriarca de Jerusalén, adjuntándole el nuevo oficio de Santo Tomás de Aquino, el 11 de agosto de 1264. Es anterior a la segunda redacción de la bula, que extiende la fiesta del Corpus Christi a toda la Iglesia Católica.
Fue un período difícil, en el que se cuestionaba la presencia real, el significado mismo de la Eucaristía. Una tentación recurrente que, periódicamente y de diferentes formas, reaparece en la vida de nuestras comunidades. Quizás, también hoy, estamos tentados de reducir la Eucaristía sólo a un momento de convivencia, a un encuentro comunitario. Es, en efecto, un encuentro de la comunidad, pero de una comunidad que se reúne y encuentra la unidad en torno al misterio de la muerte y resurrección de Cristo. La Eucaristía es una celebración de alabanza a Dios, es la participación en el banquete celestial. El Dios que se hace carne y da su vida por nosotros permanece con nosotros en esta forma particular de encarnación, en el pan celestial, que alimenta nuestra hambre de vida. No hay comunidad sin la Eucaristía. Además, la Eucaristía forma la comunidad. La Eucaristía es el punto de partida de la vida comunitaria. De ahí sacamos la fuerza para entregarnos los unos a los otros. Al celebrar el sacrificio de Cristo por la vida del mundo, el sacrificio de cada uno también cobra sentido. Es allí, en la celebración, donde se nos abren los ojos para ver nuevos cielos y tierras, para aprender el estilo de Dios, que es dar vida a los demás, amarnos unos a otros.
Jesús prometió que este alimento nunca faltaría, es un don de Dios: "Mi Padre es el que os da el pan del cielo, el pan verdadero". (Jn 6,32). Dios es Padre, y un padre nunca deja que a sus hijos les falte el pan.
A menudo se ha llamado al hombre a elegir si confiar en el Padre o no; si esperar el pan del Padre, o si tratar de obtenerlo por sí mismo. El primer pecado surgió cuando Adán y Eva prefirieron alimentarse a sí mismos en lugar de alimentarse de su relación con su Creador. Y a menudo, incluso las disputas entre hermanos, en todas las épocas, han surgido precisamente de esta pregunta: ¿hay pan para todos en la casa del Padre?
La Eucaristía es una escuela de confianza, porque confiar es ya una forma de entregarse al otro, de darle espacio, de ponerlo en el centro de nuestra atención. En cierto sentido, confiar es un acto eucarístico.
¡Cuánto necesitamos esta Eucaristía especial en Tierra Santa para confiar los unos en los otros! Vivimos en una época en la que el hambre para muchos se ha convertido en un problema real, cercano, que no afecta a poblaciones alejadas de nosotros, pero que ahora también ha entrado en nuestros hogares y familias. Pero incluso más que hambre física, estamos hambrientos de confianza. Necesitamos recuperar la capacidad de mirar al otro con amor, sin miedo. Tenemos hambre de vida y dignidad
¿A dónde podemos recurrir a esta capacidad, cómo podemos borrar esta hambre que nos oprime?
La respuesta a esta pregunta está enteramente en el pasaje evangélico de hoy (Mc 14,12-16.22-26), el relato de la Última Cena de Jesús con sus discípulos.
Jesús toma el pan y, en primer lugar, bendice al Padre, porque reconoce que este pan es un don.
El pan le recuerda que el Padre es fiel y no cesa de dar vida.
Pero entonces, después de bendecir, Jesús no guarda el pan para sí mismo, no lo come solo, sino que lo comparte con sus discípulos, para que todos se alimenten y todos experimenten que el Padre alimenta.
Sin embargo, hay algo nuevo que hace que este gesto sea único. Jesús acompaña este gesto con una palabra que da un nuevo significado a este pan, diciendo que este pan es su cuerpo, que está a punto de ser ofrecido en el altar de la cruz (Mc 14,22). El pan con el que Dios alimenta a su pueblo es el mismo Jesús.
Esta es la respuesta a nuestra necesidad de confianza, de vida, de amor y de acogida: Jesús.
En la primera lectura hemos escuchado un fragmento del Éxodo que contiene un pasaje que se ha hecho famoso: «Lo que el Señor ha dicho, lo haremos y lo escucharemos» (Ex 24, 7). Lo dicho parecería ser un error de lógica: primero lo haremos y luego lo escucharemos, es decir, lo entenderemos, mientras que la lógica querría que fuera lo contrario. Es la respuesta del pueblo de Israel en el desierto del Sinaí a Moisés, después de escuchar la lectura del Libro de la Ley. El pueblo puede que no haya entendido todo lo que se les ha proclamado, pero confían y dicen que seguirán llevando a cabo lo que se les ha dicho, porque confían en Dios. A medida que lo hagan, poco a poco, lo entenderán. En el Evangelio, Pedro dice algo parecido: «No hemos recogido nada; pero por tu palabra echaré las redes» (Lc 5,5).
Hoy estamos aquí para renovar nuestra confianza en Dios Padre. Para decirle que hoy hay muchas cosas que no entendemos. Que no sabemos descifrar lo que sucede a nuestro alrededor, que nosotros también estamos desorientados y heridos por tanto odio, dolor y miedo, por el olor a muerte que nos rodea. Pero también estamos aquí para decir que en Su palabra continuaremos echando nuestras redes, que continuaremos "haciendo y luego escuchando". En su Palabra seguiremos dándonos, dando la vida, ofreciendo lo poco que somos, haciendo nuestro el deseo de vida que Cristo nos dejó en el signo del pan y del vino, en toda circunstancia, siempre, confiando y encomendándonos a Él.
Ofreceremos lo poco que somos, cojeando y desaliñados, nuestra vida llena de limitaciones, de pecados, siempre carentes de algo. Pero es precisamente esta vida la que Jesús necesita, para ofrecerla al Padre.
Hoy queremos llevar toda nuestra existencia a Jesús, sin dejar nada fuera: porque todo lo que llevemos al Señor, con confianza, se salvará. Lo tomará en sus manos y lo ofrecerá al Padre para que sea lleno del Espíritu Santo.
La Eucaristía no es sólo un momento en la vida de Jesús, como no lo es en la nuestra: es ante todo un estilo. Jesús vivió la Eucaristía toda su vida, tomando en sus manos cada experiencia de vida, de alegría y de dolor que le traían con confianza las personas que encontraba. Y siempre le devolvía todo al Padre.
Esto es lo que la Iglesia está llamada a hacer hoy, es lo que necesita hacer nuestra comunidad en Tierra Santa: acoger todas estas experiencias de dolor, sufrimiento, miedo, desconfianza que nos rodean, unirlas a nuestro deseo de vida, de amor, de compartir y dar, para que el Señor Jesús las transforme en ofrenda al Padre.
Por lo tanto, levantémonos de este lugar particular, del Santo Sepulcro, donde la mesa del Pan celestial es también el lugar de la muerte y resurrección de Jesús, para seguir yendo, a Tierra Santa y al mundo entero, a compartir el pan de vida y de amor con todos los que encontremos en el camino.
¡Feliz fiesta a todos!