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Homilia solemnidad de Corpus Christi 2023

Homilia solemnidad de Corpus Christi 2023

Homilía del Corpus Christi 

Jerusalén, Santo Sepulcro, 8 de junio de 2023 

Dt 8, 2-3.14-16; 1Cor 10, 16-17; Jn 6, 51-58 

  

Estimadísimos hermanos y hermanas, 

Estimadísimas Excelencias, 

¡Que el Señor les dé la paz! 

  

"¡Recordar!" Esta es la invitación que Moisés dirige al pueblo tras la experiencia de salir con vida del desierto (Dt 6,2). 

"¡Haced esto en memoria mía!". Es el mandato del Señor antes de despedirse de los suyos y antes de salir vivo de la muerte (Lc 22,19). 

También nosotros estamos aquí para recordar, para devolver a nuestros corazones y a nuestras mentes el recuerdo agradecido de la Eucaristía, ese mismo recuerdo que dio origen a la fiesta que celebramos hoy, primero en Lieja en 1247, luego en toda la Iglesia en 1264 con la Bula Transiturus del Papa Urbano IV. 

Fue, en efecto, una necesidad imperiosa de memoria la que llevó a nuestros Padres a celebrar solemnemente la Presencia Real de Cristo unos meses después del Jueves Santo. No se trata de una duplicación, debida tal vez a un tiempo pasado de devociones triunfalistas, sino de la necesidad de recordar, de devolver a los creyentes la conciencia de lo que realmente nos alimenta, de qué, o de Quién, alimenta verdaderamente el hambre de vida y felicidad que habita en nuestros corazones, Cristo el Señor. 

Reconozcámoslo: la cultura, no sólo la alta cultura, sino la mezquina cultura de nuestros días, que se transforma en mentalidad compartida, quiere convencernos de que el hombre vive sólo de pan, de que las cosas, los objetos, los valores más o menos compartidos por la mayoría bastan para dar sentido al vivir, al sufrir y al morir del hombre. Nos estamos convirtiendo en un pueblo de desmemoriados, aplanados en el presente, olvidadizos de cualquier horizonte trascendente, de cualquier perspectiva que vaya más allá de comer, beber, ganar. 

Después de todo, este fue objeto de las controversias medievales, a las que la Iglesia reaccionó con la fiesta del Corpus Christi. Ya entonces se pensaba que un símbolo, un valor, un sentimiento de amor bastaban para satisfacer la necesidad de encuentro y de amor que agita el corazón de los hombres. Incluso entonces, la gente quería creer que, después de todo, podemos y debemos hacerlo por nosotros mismos. 

Todavía hoy corremos ese riesgo, y quizá más que entonces: corremos el riesgo de contentarnos con símbolos, rituales, ideas, y reducir entonces la vida real a lo que podemos consumir, reducir el amor a lo que me gusta, reducir la fe a lo que me conviene o me convence. La virtualidad amenaza con apoderarse de nuestras vidas y nuestras relaciones, y el ruido de la información cubre el deseo de verdad. 

Y nos damos cuenta, sin embargo, de que no nos basta con llenar el vacío que nos amenaza. Porque nuestros corazones saben que el pan no basta, que llenar nuestros estómagos, o nuestros bolsillos, no es suficiente para apaciguar nuestros corazones. No nos bastan los mensajes, los valores, los sentimientos. Constatamos cada día, con creciente asombro, que precisamente en el momento de mayor comunicación posible, la soledad ha aumentado desproporcionadamente. Porque la comunión que buscamos necesita algo más, necesita un Otro. El corazón humano quiere vida, quiere amor, quiere presencia real, quiere a Dios. 

Aquí, hoy nos atrevemos a anunciar, a celebrar, a "exponer" nuestra convicción de que Jesús es el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre, y el pan que Dios nos da para saciar nuestra hambre es la vida de Cristo ofrecida al mundo. 

Celebrar el Corpus Christi es para nosotros celebrar la Verdad y la Realidad de la Vida de Cristo y la Verdad de nuestra vida en Él. Sí: porque Cristo es verdadero, es real, es el Viviente. Él no es sólo un simple mensaje de bondad, Él no es sólo un ideal de fraternidad, Él es el corazón del mundo y de la historia, la Presencia misteriosa que quiere entrar en relación real con nosotros. Comer Su pan, beber Su vino, adorar el Sacramento de Su Cuerpo y Sangre es afirmar y vivir su Verdad por nosotros. 

Y si Cristo es verdadero y real, nuestra vida sólo será verdadera y real si se encuentra con Él. Lo saben los Apóstoles, Zaqueo, Nicodemo, Lázaro, la Samaritana... Lo saben los Santos de la Iglesia... Lo saben los sacerdotes y religiosos que hoy celebran el aniversario de su primer encuentro con Él. Lo sabemos los que estamos aquí: haríamos bien en recordar lo que habría sido nuestra vida sin Él, perdidos en los sentimientos encontrados y en los frágiles valores del mundo. 

Sabemos que Su amor, no todo amor, Su pan, no todo pan, Su Palabra, no toda palabra, dan sentido al vivir y al morir. Porque sólo Su Amor, sólo Su pan, sólo Su Palabra han atravesado el desierto del mal de la muerte y no han muerto: porque sólo "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día" (Jn 6,54). 

Estimadísimos hermanos y hermanas: 

En estos tiempos líquidos y cambiantes, en los que la Iglesia y el mundo parecen vivir una desorientación nunca vista, la solemnidad del Corpus Christi nos invita a recordar la verdadera realidad, a volver al verdadero pan, a construir comunión y comunidad en torno al verdadero amor, para que, también nosotros, atravesemos el desierto y salgamos vivos. 

Que el Pan Celestial alimente y dé fuerza al camino de nuestra Iglesia de Tierra Santa, y nos sostenga en nuestras diferentes vicisitudes, con la intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia y Madre nuestra. 

Amén.