Carta a la diócesis
“Llevamos este tesoro en vasos de barro”
(2 Corintios, 4-7)
Queridos obispos y sacerdotes,
Queridos hermanos y hermanas, fieles de todas nuestras parroquias y comunidades religiosas,
“La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que conduce a la meta de la Pascua, la victoria de Cristo sobre la muerte. Este tiempo nos llama con urgencia a la conversión. A los cristianos se les pide que regresen a Dios “con todo su corazón” (Joel 2:12), para negarse a conformarse con la mediocridad y crecer en amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona”. Con estas poderosas palabras, el Papa Francisco comienza su carta a los fieles con motivo de la Cuaresma.
Desde el 15 de julio de 2016, he estado al frente de la diócesis como Administrador Apostólico. He pasado estos últimos meses aprendiendo, arraigándome en lo que ahora es nuestra realidad compartida: la vida de nuestro Patriarcado Latino. Durante los últimos 170 años este Patriarcado ha jugado y sigue desempeñando un papel importante en la vida de los cristianos en Tierra Santa. Nuestras parroquias, escuelas y muchas otras instituciones han contribuido mucho a la vida de los cristianos en estas tierras y han fortalecido nuestro testimonio de Cristo y su resurrección de entre los muertos. Sin embargo, todos sabemos que el nombramiento de un Administrador Apostólico, alguien fuera del clero del Patriarcado, fue una decisión inesperada, y fue un choque sorpresa para muchos. Esto llevó a la conclusión de algo no iba bien. De hecho, se han cometido errores y se han tomado decisiones equivocadas, principalmente en relación con la Universidad Americana de Madaba , que han afectado financiera y administrativamente la vida del Patriarcado. Habíamos fracasado en algunas áreas importantes, quizás por no estar suficientemente orientados a nuestra misión primaria: predicar el Evangelio y dedicarnos a las actividades pastorales.
Desde el pasado mes de julio, he estado reuniéndome con los obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos, y visitando la diócesis. He descubierto mucho de positivo, alentador y esperanzador, pero también he percibido problemas, una crisis que amenaza nuestro hogar, problemas que me llevaron a ser nombrado Administrador hasta que se pueda nombrar un nuevo Patriarca, situaciones que debemos afrontar con honestidad, coraje, determinación, amor fraternal y, por supuesto, con una fuerte fe en el Señor que nos está guiando. Una crisis, de hecho, puede ser un lugar para la muerte, pero puede ser, con la ayuda del Espíritu Santo, un lugar para una vida nueva, para un renacimiento en el Espíritu, un lugar de resurrección. Ese es nuestro compromiso, nuestra esperanza y nuestra oración.
Quiero compartir con vosotros mi alegría de este tiempo de Cuaresma que nosotros, en el Patriarcado Latino de Jerusalén, hemos comenzado de una manera muy significativa. En vísperas del Miércoles de Ceniza, al comienzo de la Cuaresma, decidí reunir a todos los sacerdotes diocesanos del Patriarcado Latino. Sentí que estaba listo para comenzar a compartir con los sacerdotes algunas de mis percepciones de los últimos meses y escuchar cuidadosamente sus sugerencias y opiniones. Los sacerdotes se reunieron el lunes 27 y el martes 28 de febrero en la Casa de la Visitación de las Hermanas del Rosario en Fuheis, Jordania. Nos centramos principalmente en los siguientes temas: la vida del Patriarcado Latino con especial atención a los sacerdotes, su vida y su actividad pastoral; los problemas financieros y su posible solución; la elaboración de reglamentos internos para nuestra administración.
Os aseguro que vosotros, queridos hermanos y hermanas, fieles de todas nuestras parroquias, estuvisteis muy presentes, de una manera u otra, en todas nuestras discusiones e intercambios, con vuestras dificultades, sufrimientos y esperanzas.
Una primera alegría fue que los obispos y todos los sacerdotes que podían venir, jóvenes y viejos, llegaron desde Jordania, Palestina, Israel e incluso desde el Golfo. Vinieron con ilusión por aprender, escuchar, también por participar y pasamos dos días juntos en una profunda y significativa discusión sobre nuestro querido Patriarcado, sobre nuestra vocación y misión, pero también sobre los errores que nos han llevado a una situación crítica, principalmente financiera.
Una segunda alegría fue ver que los reunidos se comprometieron a trabajar en estos problemas, dispuestos a afrontar honestamente la realidad y a involucrarse de todo corazón para ponernos de nuevo en el camino correcto. Fue conmovedor escuchar a un sacerdote, que hablaba en voz alta y clara, diciendo: “Ha llegado el momento de que cada uno de nosotros asumamos nuestra responsabilidad y nos comprometamos a emprender un nuevo comienzo”. Otro señaló: “Necesitamos descubrir cómo transformar esta dolorosa realidad en una gracia”. Creo que se refería a la gracia de los “nuevos comienzos”, la promesa de la Resurrección más allá de la pasión y la muerte que muchos de nosotros vivimos ahora mismo. Tenemos mucho que hacer. Ahora es el momento de comenzar la labor de reforma, reconstrucción y renovación en ciertos sectores de nuestra administración, pero no sólo esto. De hecho, entre otras conclusiones, decidimos centrarnos aún más en nuestras actividades pastorales y abrir, por ejemplo, nuevas oficinas diocesanas para la pastoral, que coordinarán y unificarán nuestro servicio pastoral a la comunidad.
Aunque como Administrador Apostólico se me ha concedido la autoridad para cambiar ciertas realidades financieras y administrativas, también soy consciente de que si no trabajamos juntos, nuestro Patriarcado no recuperará la buena salud. No es la primera vez que tenemos que afrontar serios problemas en nuestra historia y en el pasado siempre pudimos superarlos con la ayuda de Dios. Hoy, después de dos días con nuestros obispos y sacerdotes, salgo lleno de esperanza. El camino delante de nosotros será indudablemente difícil, los retos y los obstáculos son grandes. Sin embargo, estos dos días me convencieron de que si trabajamos juntos, centrados en nuestra misión de servir a Cristo en su Iglesia, también superaremos este momento. Sentí que nuestros obispos y sacerdotes estaban dispuestos a “pelear la buena batalla” y seguir adelante con valentía, por difícil que fuera el camino. Gracias al Señor y vuestra buena voluntad, comienzo la Cuaresma con un sentido de alivio, de profunda gratitud y con una renovada energía que quiero compartir con todos vosotros.
Al final de nuestra reunión, los sacerdotes pidieron que compartiera con todos vosotros, con transparencia, nuestras dificultades reales, que ya son conocidas, pero al mismo tiempo también para transmitiros nuestra determinación por resolver los problemas, con la ayuda De Dios y el compromiso total de todos nosotros.
Os pido a todos que recéis durante la Cuaresma para que podamos trabajar juntos, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos, jóvenes y ancianos. Como la “vida apostólica” de la primera comunidad de creyentes en Jerusalén, nosotros también debemos ser “un corazón y una sola alma” (Hechos 4:32), confiados en que lo que el Señor comenzó hace 170 años, Él continuará sosteniéndolo y apoyándolo.
De hecho, la Cuaresma es un viaje de conversión. Nosotros, obispos y sacerdotes del Patriarcado, estamos entre los pecadores que imploran la misericordia de Dios y suplican la gracia de la conversión. Nuestros errores y juicios erróneos están claros ante nuestros ojos, como dice el Salmista arrepentido (Sal 51,5: 5). Debemos admitir que somos como vasijas de arcilla agrietadas y rotas. Nos confiaron mucho, pero en nuestra fragilidad humana, permitimos que se desperdiciara mucho. Sin embargo, sabemos que el Señor usa en su plan de salvación vasos que son herramientas frágiles y providenciales. San Pablo lo explica bien: “Pues el mismo Dios que dijo “De las tinieblas brille la luz”, es el que hizo brillar la luz en nuestros corazones, para que irradien el conocimiento de la gloria de Dios que está en el rostro de Cristo. Pero llevamos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia sea del poder de Dios, y no parezca nuestra. Atribulados en todo, pero no angustiados; perplejos, pero no desconcertados” (2 Corintios 4: 6-8). Podemos estar seguros de que el tesoro que se nos ha confiado brillará aunque sea a través del vaso de barro que somos.
Hermanos y hermanas, unidos en oración esta Cuaresma, nos disponemos a seguir al Señor a Jerusalén. Sí, el camino será duro, pero permitidme compartir con vosotros mi confianza de que si perseveramos con Él, ¡saldremos a la luz de Su Resurrección!
¡Que el Señor os bendiga a todos en este viaje cuaresmal!
Jerusalén, 3 de marzo de 2017
+Pierbattista Pizzaballa
Administrador Apostólico