Solemnidad de Todos los Santos 2023
Consagración en el Ordo Virginum de María Ruiz Rodríguez
Homilía de S. B. Pierbattista Card. Pizzaballa
Co Catedral del Santísimo Nombre de Jesús - 1 de noviembre de 2023
Queridos hermanos y hermanas,
El Señor os dé la Paz. Estamos celebrando la Solemnidad de Todos los Santos con esta ocasión especial de la consagración de María Ruiz en el Ordo Virginum. Celebramos a la Iglesia triunfante: aquellos que están ya en el cielo y se alegran ahora, viviendo en la presencia de Dios. Ellos nos preceden. Este será también nuestro destino. Queremos ir allí.
No deberíamos confundir a los santos con héroes. No es lo mismo. A veces, cuando leemos en las hagiografías, parece que estos santos son tan perfectos, tan maravillosos, tan alejados de nuestra vida, que es imposible vivir según su ejemplo. Por supuesto, no es así. Los santos no son héroes. Son personas normales como nosotros: pecadores, como todos nosotros. Pero fueron capaces de vivir, de convertirse en una especie de espejo de la maravillosa experiencia de Dios en su vida. Son personas que pusieron a Dios en el centro de su vida y trataron de vivir en consecuencia.
El pasaje del Evangelio de las Bienaventuranzas que acabamos de escuchar es una especie de Vademécum para todos los santos y para todos nosotros, aunque no podamos comprenderlo inmediatamente, porque está lejos de nuestra comprensión humana, de nuestros pensamientos. En efecto, las Bienaventuranzas presentan un modo de vida que apenas comprendemos. No queremos ser pobres; queremos tener dinero. Queremos hacer justicia, pero según nuestro criterio. Es difícil tener misericordia con los demás, etc.
Así pues, lo que está escrito aquí, en este pasaje del Evangelio, es en cierto modo, lo que pensamos de los Santos: bello, maravilloso, pero algo que no toca realmente nuestra vida, y que no es humanamente realizable. Esta es la primera impresión que tenemos cuando leemos este pasaje.
No podemos comprender este pasaje si no cambiamos nuestra manera de pensar.
Antes de proclamar el Evangelio de las Bienaventuranzas en la montaña, Jesús recorrió toda Galilea predicando y diciendo: "Convertíos y creed en el Evangelio" (Mt 4,17). Convertíos. La famosa palabra utilizada por Jesús y que todos los presentes (somos tantos sacerdotes, religiosas y religiosos aquí) conocemos es metanoeite, que significa "cambia tu manera de pensar". Si no os convertís, si no cambiáis vuestro modo de pensar, no podréis comprender lo hermoso que es este pasaje, lo posible que es este modo de vida.
Otro aspecto de esta Evangelio que debemos mencionar se refiere a la palabra "bienaventurados". Las distintas lenguas la traducen de forma diversa. No hay que entender solamente "bienaventurado", también significa feliz. "Feliz" es más que bienaventurado. Los que hablan hebreo lo entenderán mejor. En hebreo "bienaventurado" se dice "ashrei". La palabra raíz es "osher", que significa "felicidad". Jesús no sólo dice "bienaventurados vosotros", sino también "felices vosotros". Eres feliz cuando eres manso. Eres feliz cuando eres misericordioso, y así sucesivamente.
Entonces, ¿cómo es posible vivir esta felicidad?
- ¿Qué significa ser pobre, cuando en realidad no queremos ser pobres, como he dicho antes? Ser pobre, según Jesús, significa convertirse en una especie de mendigo; en el sentido de que no lo retienes todo para ti, sino que lo vives todo como un don.
-Bienaventurados, felices los que lloran: son que aceptan su fragilidad. Eres frágil y no necesitas esconderte detrás de una máscara para mostrar una imagen distinta de ti mismo.
-Felices los que quieren justicia. Queremos justicia a nuestra manera, a veces confundimos justicia con venganza, pero justicia significa colocar las cosas según el orden de Dios, según la voluntad de Dios. Si vives y quieres la justicia, te conviertes en cooperador de la voluntad de Dios.
-Bienaventurados, dichosos los limpios de corazón. Tener un corazón puro significa ser capaz de ver la belleza que nos rodea. Ver las cosas buenas en los demás. Significa no volverse posesivo en la relación con los demás.
Y así podríamos continuar. Estos son aspectos hermosos de nuestra vida. Pero ¿cómo podemos vivir todo esto? ¿cómo podemos traducir estas bellas palabras en la vida real?
A veces, tengo la impresión de que cuando leemos este pasaje del Evangelio o cuando pensamos en la vida cristiana -no olvidemos que antes que una religión, el Cristianismo es un modo de vida; es un estilo de vida-, tengo la impresión de que transformamos nuestra vida de fe en un empeño, en un deber, en un esfuerzo.
Nos arriesgamos a vivir como si todo fuera un esfuerzo que tenemos que hacer, para ser buenos y parecernos a lo que está escrito en el Evangelio. Esta es una lucha imposible, un esfuerzo imposible si sólo viene de ti. No podrás hacerlo solo. Podrás resistir durante una semana o luchar durante un mes, pero después caerás.
Y, sin embargo, es posible.
Este pasaje del Evangelio y la vida cristiana sólo son posibles si hay algo tan grande en tu corazón que es más grande que cualquier otra cosa. Algo tan grande, tan hermoso, que ilumina este pasaje del Evangelio y nuestra vida de una manera nueva y diferente.
En la vida sucede a veces que encuentras a una persona, o un pasaje del Evangelio, algo que cambia tu forma de pensar, que cambia tu vida. Algo que de repente te da una nueva perspectiva de vida. Lo que era difícil se vuelve comprensible. Lo que era razonable
hasta ahora deja de interesarte. Esto es a lo que me refiero cuando digo que necesitamos tener algo grande, diferente y nuevo en nuestro corazón, que cambie nuestra visión.
Esta realidad, para nosotros, tiene un nombre: es Jesucristo.
Sólo si te encuentras con Jesucristo, sólo si Jesucristo es el centro de tus criterios, de tu vida, de lo que haces, de tu manera de pensar, puedes entender este pasaje del Evangelio. Este pasaje del Evangelio seguirá siendo una lucha, un combate, pero se vuelve importante, se convierte en algo que adquiere un sentido. Ahora puedes comprenderlo y, por eso, eres capaz de vivir de acuerdo con él. Con todos nuestros pecados, con toda nuestra fragilidad, con todas nuestras limitaciones, se hace posible, deja de ser una tarea imposible.
Este es el sentido de la conversión que Jesús predicaba en Galilea.
La idea de la conversión también puede parecernos a menudo difícil, como si fuera algo que tenemos que hacer por nosotros mismos: una lucha diaria. Lo que hemos dicho de las bienaventuranzas vale también para la conversión: no puedes convertirte solo, por tus fuerzas. Solo, no puedes cambiar tu vida, si no tienes a alguien que te atraiga por amor. Sólo el amor puede cambiar las cosas. Solamente el amor puede realizar cambios duraderos y dar fuerza a una nueva orientación en nuestra vida.
Así que, María, este pasaje del Evangelio y el día que has elegido para esta celebración, son muy significativos.
Jesús es el centro de tu vida. Se tardó algún tiempo en descubrir cómo implementarlo. Sin embargo, todas las dificultades, todo en nuestra vida, positivo o problemático, se convierte en parte de esta relación. Especialmente después de los momentos difíciles, los malentendidos, esta relación se hace más fuerte y sólida. Esto es lo que te ha pasado a ti y a muchos otros. Vive todo como una gracia, a través de momentos importantes de tu vida, como estaciones de un viaje vital. Nada está perdido en esta relación.
Lo primero que hay que considerar es esto: vivir esta consagración significa vivir esta donación de ti misma por amor, por Aquel que, por amor, dio Su vida por ti y por todos nosotros. Esto es lo primero, importante, esencial. Pero esto también se puede realizar en cualquier otra parte del mundo.
Esta consagración, de hecho, tiene otro aspecto importante: es una consagración en la Iglesia de Jerusalén.
Sucede en este lugar, en esta ciudad, en esta Iglesia. Jerusalén no es sólo un lugar; Jerusalén es también una forma de vida. Tú elegiste esta imagen: en la pintura de tu invitación, y en el folleto, describiste Jerusalén. Después de muchas luchas espirituales, Jerusalén pasó a formar parte de tu vida y de tu consagración. Jerusalén es más que un lugar: como he dicho, es un estilo de vida. Es una forma de estar en el mundo. ¿Qué significa?
Permíteme leer lo que has pintado. En primer lugar, está el Cordero, como se describe en el Apocalipsis. "Porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su Templo... porque la gloria de Dios lo ilumina, y su lámpara es el Cordero". (Ap. 21,22-23) Para
nosotros, los que vivimos en Jerusalén, debería ser siempre claro y actual este pasaje, que describe bien nuestra vocación de cristianos de Jerusalén: que vivimos en la luz del Cordero. No vemos la luz en sí misma, pero vemos porque la luz está presente. Nuestra propia luz aquí en Jerusalén es el Cordero y debemos verlo todo bajo esta luz especial. El Cordero significa Pascua: la muerte y resurrección de Jesús. Por tanto, esto significa que deberíamos ser capaces de ver todo lo que ocurre aquí, todas las relaciones, todas las luchas, todos los desafíos, todas las cosas fascinantes -¡y son tantas! - bajo esta luz.
Especialmente hoy, cuando vivimos problemas difíciles, en los que el miedo es el estribillo común, como oímos por todas partes, estamos llamados a vivir todo en esta vida, a la luz de Aquel que dio su vida por amor y ha resucitado. Él está vivo. Él está vivo.
El mundo entero está representado aquí, en nuestra ciudad.
Pensemos en este momento en lo que vive nuestra iglesia, en sus actividades y misión: la relación con las otras iglesias de Jerusalén y la realidad del diálogo ecuménico, el diálogo interreligioso con judíos y musulmanes. Pero también las hermosas diferencias que encontramos aquí, así como las muchas heridas y el mucho odio, tanto dolor, tantas dificultades e incomprensiones.
Nosotros, vosotros estáis llamados a vivir todo esto, con vuestra vida, a la luz del Cordero, y a llevar a todo esto en vuestro corazón. A ser como un espejo. Tú no eres el Cordero, nosotros no somos el Cordero. El Cordero es Jesús, el Resucitado. Y, sin embargo, necesitamos llevar esta luz y ayudar a todos a ver todas las cosas bajo esta luz. Esta es la misión que tenemos como Iglesia en Jerusalén.
Esto es lo que tú también estás llamada a hacer ahora como persona consagrada aquí en esta ciudad: llevar esta luz en tus relaciones y actividades. Ser capaz de hablar de esto. A veces de callar, conservándolo todo en el corazón y viviéndolo como una donación a Jesús. Hay muchas cosas que no entendemos, muchas cosas que no podemos hacer. En nuestro corazón podemos guardar y llevar todas estas cosas y pedir al Resucitado que ilumine lo que para nosotros es difícil de entender. Estás invitada a dar la luz que recibes. Esta es una misión maravillosa, una misión desafiante, pero no una misión imposible, porque nada es imposible en Dios.
Mi oración por ti, María, es que puedas ser una nueva luz, una nueva vida para esta nuestra Iglesia de Jerusalén. Una Iglesia llena de bendiciones, llena de felicidad, pero también llena de heridas. Por eso, sé entre todos nosotros aquella que lleva la luz del Resucitado. Amén.