Excelencias Reverendísimas,
Queridos hermanos y hermanas,
Queridas Hermanitas y Hermanitos de Charles de Foucauld,
¡El Señor les dé paz!
Una vez más nos reunimos como iglesias católicas de Tierra Santa aquí en Nazaret, para celebrar y dar gracias. Esta vez es la canonización de Charles de Foucauld (CdF) la que nos vuelve a reunir a todos para vivir esta hermosa experiencia de la Iglesia de Tierra Santa.
Era justo, en efecto, que aquí en nuestra Iglesia y sobre todo aquí en Nazaret, este santo fuera recordado y celebrado. Aquí pasó momentos importantes de su vida, quizás decisivos para su camino de conversión, hasta el punto de que una parte de la espiritualidad que se le atribuye se llama precisamente "espiritualidad de Nazaret".
No podemos en este momento profundizar demasiado en la vida espiritual de este santo, pero tomaré sólo algunas ideas, ayudado por la Palabra del Evangelio que hemos escuchado hoy.
En el evangelio de hoy hablamos varias veces de gloria y amor, términos que se refieren entre sí, y que en este caso son casi sinónimos. La gloria aquí es la revelación del amor de Dios, que culmina en el descenso del lavatorio de los pies y en la cruz.
La verdadera gloria de Jesús está en seguir el camino del servicio humilde que culmina en la cruz. También para los discípulos - y para nosotros que creímos en su palabra - la verdadera gloria está en el camino del servicio humilde, en la cruz que, antes de ser símbolo de sufrimiento y sacrificio, es el lugar donde se conoce el amor ilimitado de Dios. No se construye la unidad, en la que tanto insiste el pasaje de hoy, haciéndose grande uno mismo sino, al contrario, dando cabida al otro, amándolo más que a uno mismo. Sólo un amor así, que sabe darse y sabe hacerse pequeño para dar cabida al otro, puede construir la unidad y convertirse así en imagen del amor de Dios, de la unidad entre el Padre y Jesús.
Me parece que ese fue también uno de los aspectos característicos del camino de CdF. Oficial de la burguesía francesa, está lejos de la Iglesia, de su lengua y de todo lo que le concierne. Está lejos de Cristo. Se aventura pues primero como soldado, y luego como explorador en el norte de África, y allí, en contacto con esas poblaciones islámicas, pobres y religiosas, inicia su camino de replanteamiento de su vida espiritual, que lo llevará poco a poco al encuentro con Cristo, de quien se enamorará y a quien nunca abandonará. Las personas que no conocían a Cristo lo llevaron al encuentro con Cristo. Ya en estas primeras etapas de su conversión encontramos entonces las características de toda su vida: el amor que redescubrió por Jesús cambió definitivamente sus orientaciones de vida y lo llevó a hacerse pequeño, a buscar el ocultamiento, a una relación positiva y constructiva con el Islam. Le bastaba el amor a Cristo. De hecho, nunca fue suficiente. Nunca estuvo completo.
La "espiritualidad de Nazaret", que se refiere al tiempo del ocultamiento de Jesús, a sus primeros treinta años, no es más que esto: sumergirse en la vida sencilla de los pobres, hacerse pobre con ellos, esconderse entre a ellos. ¡Es el misterio de la Encarnación, después de todo! Hizo suyo lo que dice San Pablo: “El amor de Cristo nos posee; … Por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor. 5, 14-15). Desde el momento de su encuentro con Jesús, CdF dejo de vivir para sí mismo.
Otra característica de CdF es la investigación. Un ser querido nunca se conoce de una vez por todas. Es necesario, todos los días, en cada momento de la vida, nutrir y crecer en esa relación. Es la experiencia de CdF, y también es la experiencia de todos nosotros. Seguir a Cristo significa seguir buscándolo cada día, querer ver su rostro, poder reconocerlo en la vida de los pequeños, experimentarlo. Es un camino hecho de consuelos, pero también de muchos momentos oscuros, de preguntas que no se escuchan, de vacíos interiores, de largas esperas, de purificaciones, de silencios. Pero, sin embargo, nunca dejó de buscarlo, nunca dejó de anhelarlo, fiel hasta el final al amor que lo había abrumado, pero que nunca llenó totalmente su corazón. Esta es también nuestra experiencia en cierta medida: ¡cuánto nos gustaría que Cristo llenara realmente nuestra existencia, pero qué lejos estamos, a menudo, de esta experiencia!
La otra característica del santo está ligada a la anterior: la relación. Amar a Cristo significa amar al hombre. Estos dos aspectos no se pueden separar, son dos caras de la misma moneda. El rostro de Cristo se busca en el encuentro con el hombre. Para aquellos tiempos, la suya era una nueva forma de evangelizar: en una época en la que los misioneros occidentales iban por todo el mundo para llevar el Evangelio a su manera, CdF quería ir entre la gente, en cierto modo, para ser evangelizado por ellos, acercándose a ellos, intentando aprender sus valores, sus formas, su cultura, su lengua, sus tradiciones. Se sentía hermano de todos, anticipando lo que hoy es un tema central en la vida de la Iglesia. Pero su idea de fraternidad no se basaba en sentimientos vagos o genéricos. Se basaba en una relación directa con Jesús y fluía de ella.
Lo que llama la atención de este santo es que parece no haber hecho nada. No convirtió a nadie, no fundó nada y, leyendo los archivos de nuestros conventos de Tierra Santa y del Patriarcado, no tuvo éxito en ninguno de sus proyectos, no impactó a nadie con su testimonio. Por el contrario, tal vez, conociendo un poco nuestros entornos, debió ser considerado como uno de esos personajes algo extraños que suelen frecuentar nuestros entornos de Tierra Santa. En resumen, es un santo que no aportó ningún resultado. Ninguno. Y muere de forma trivial, como muchos hoy en día.
El único criterio por el cual uno puede medir su experiencia de cierta manera es el amor. El amor a Cristo lo llevó a imitarlo en todo, hasta su muerte. Quería identificarse en todo con el objeto de su amor, y sólo al final, con la muerte, pudo llenar ese vacío que siempre lo acompañó, porque en ese momento pudo abrazar completa y definitivamente el amor que le había conquistado para siempre.
El verdadero amor es siempre generativo, siempre se abre a la vida y a nuevos horizontes.
Y este fue también el caso de CdF. Tras su muerte, precisamente en torno a él, que no concluyó nada en su vida, nacieron varias congregaciones, movimientos, caminos espirituales, inspirados en su experiencia. Algunos de ellos están presentes aquí entre nosotros, en nuestra Iglesia de Jerusalén. Y esto nos recuerda que cuando la existencia está llena de amor verdadero, siempre deja una huella.
¿Qué nos deja el testimonio de este santo a nosotros, la Iglesia de Tierra Santa? ¿Qué recuerda a nuestra Iglesia de Tierra Santa?
En primer lugar, nos recuerda que no debemos actuar en la vida de la Iglesia en busca de un resultado. Nos invita a liberarnos de la búsqueda del resultado a cualquier precio, del éxito en nuestros esfuerzos. Nos recuerda que para ser Iglesia no es necesario construir grandes empresas. La vida de la Iglesia es vivificante cuando surge del encuentro y del amor a Cristo. Este es el primer testimonio al que estamos llamados. Sin el amor a Cristo, todo lo que queda de nosotros son costosas estructuras, ya sean físicas o humanas.
Y, como hemos visto, amar a Cristo significa amar al hombre, donde está, tal como es, sin pretender nada, pero estando cerca de él: en su trabajo, en su familia, en sus preguntas, en su sufrimiento, en su dolor. Sin pretender aportar soluciones, que muchas veces no existen, sino llevando el amor de Cristo. Y aquí, en Tierra Santa, significa estar al lado de cada persona en su deseo de vida, en su sed de justicia, en su exigencia de dignidad. Significa pedir la fuerza del perdón, construir relaciones de amistad con todos, rechazar la idea de enemigo, sino desear ser hermanos con todos. Significa hacer que el amor para todos sea concreto y creíble.
CdF nos lega la búsqueda de una relación serena con los que no conocen a Cristo, y en particular con el Islam, que tan profundamente marcó su vida, y que es un tema tan actual y necesario en estos momentos. No para convertirnos, por supuesto, sino para dar testimonio del amor de Cristo, que nos hace a todos hermanos.
Que la Virgen María, Aquella que aquí en este Lugar Santo custodió la vida oculta de Jesús, interceda por todos nosotros, para que, siguiendo el ejemplo de la CDF, aprendamos también nosotros, cada día más, a custodiar el amor que sostiene a nuestra Iglesia en Tierra Santa. Amén.