25 de agosto de 2024
XXI Domingo del Tiempo Ordinario, año B
Jn 6, 60-69
Incluso al final de este discurso de Jesús (Jn 6), como sucede en los diversos diálogos que siguen a los otros signos relatados por el evangelista Juan, vemos que entre los presentes se forman dos grupos: están los que acogen la Palabra, los que comprenden el signo, y hay quienes, en cambio, los que lo rechazan y no creen.
El signo es siempre para todos. Pero algunos se dejan alcanzar por la gracia y el don de Dios que se manifiesta en las obras de Jesús, y así su vida se transforma. Y hay quien lucha por abrir su corazón: cada uno tiene sus tiempos y su propio camino. Lo cierto es que el Padre no cesa de atraernos hacia sí, como Jesús ha subrayado repetidamente en este discurso. Y lo hace con la confianza de que tarde o temprano se abrirá una brecha en el corazón de todos.
¿Qué puede abrir una brecha en el corazón endurecido del hombre?
El pasaje de hoy nos abre algunas preguntas sobre las que reflexionar.
Sólo una Palabra dura puede abrir una brecha en el corazón del hombre (Jn 6,60), es decir, una Palabra fuerte y exigente. Jesús no nos ofrece un horizonte miserable y limitado, un proyecto de vida diluido y triste, sino un camino serio e importante, digno de una salvación que se nos da para que podamos vivir a la altura del don de Dios.
El camino que conduce a estas alturas sólo puede ser un camino serio, adulto, exigente, que involucra profundamente toda la experiencia humana. No una transformación exterior, sino el camino hacia una humanidad capaz de comunión, de fraternidad y de compartir. La palabra dura es la que nos hace pasar del yo al nosotros.
Sólo una palabra "dura" es capaz de atraer el corazón humano y abrir caminos de verdad y libertad.
Frente a esta dureza, sin embargo, puede haber dos reacciones: la primera es el desconcierto de aquellos que piensan que esta Palabra es demasiado difícil de vivir (Jn 6,60). Es la actitud que nace donde falta la fe y la confianza, donde pensamos que esta conversión del corazón depende solo de nosotros y de nuestros esfuerzos. El desconcierto se convierte en murmuración (Jn 6,61), exactamente como había sucedido en el camino del Éxodo, ante la gran promesa de libertad y de vida.
La segunda reacción está toda en las palabras de Pedro.
Porque Jesús, que se ha dado cuenta de la murmuración de los discípulos (Jn 6,61), no rebaja su objetivo, sino que incluso parece elevarlo, para hacer aún más "duras" sus palabras (Jn 6, 62), hablando de su regreso al Padre, de su Pascua.
En este punto, Jesús nos invita a tomar una decisión: "¿También tú quieres irte?" (Juan 6,67).
Pedro responde en nombre de todos, y este es ya el primer signo de una humanidad nueva, ampliada, capaz de comunión y fraternidad. Pedro no responde solo por sí mismo, sino que responde junto con los demás, porque es precisamente con los demás discípulos y gracias a ellos que dio a conocer la gracia de la fe.
Su respuesta nos lleva al inicio del capítulo: delante de la multitud que lo escuchaba, Jesús pregunta a Felipe dónde podían comprar pan para tanta gente (Jn 6,5).
Ahora, al final de este discurso hecho de palabras "duras", Pedro, con los demás, experimenta que este lugar donde encontrar pan para tanta gente, existe, y es una persona: "¿A quién iremos?" (Jn 6,68).
Pedro ahora sabe que no hay otro lugar, no hay otra persona capaz de dar la salvación que no sea Él, el Señor.
Pedro sabe dónde encontrar el alimento para la vida del hombre porque ha creído y sabe (Jn 6,69): dos verbos fundamentales.
Creer es fundamental, tener una relación de confianza y seguridad con el Señor, una relación viva y que da vida.
Pero saber también es fundamental.
Conocer a Dios, en la Biblia, equivale a experimentar su intervención que salva y libera, es experimentar una presencia que nunca abandona.
Pedro conoce a Jesús, no porque sepa nada de Él, sino porque lo descubre a su lado como Aquel que lo hace vivir; y lo hace con su Palabra exigente, que también sabe ponerte en crisis, que te pide que elijas, que nunca te hace sentir que has llegado, que te pone en camino; que te alimenta como el buen pan.
+Pierbattista