18 de agosto de 2024
XX Domingo del Tiempo Ordinario, año B
Jn 6, 51-58
En el centro del pasaje evangélico de este domingo (Jn 6,51-58) encontramos la palabra vida.
Contando tanto los adjetivos como los sustantivos y verbos relacionados con este término, lo encontramos al menos 8 veces.
Podríamos decir que el discurso sobre el pan es un discurso sobre la vida.
En el Evangelio de Juan, la cuestión de la vida no vuelve sólo en este capítulo.
En efecto, todo el cuarto Evangelio pone de relieve este discurso, esta cuestión: en Juan el tema de la vida vuelve continuamente.
Y esto desde los primeros versículos: en el Prólogo, Juan aclara inmediatamente que en el Verbo hay vida, y esta vida es luz para los hombres (Jn 1,4). Es decir, deja claro que el Hijo de Dios, que se encarnó como nosotros, tiene en sí mismo la vida misma de Dios, una vida que no muere.
Y luego también dice, unos capítulos más adelante, que Jesús vino para que tengamos vida en abundancia (Jn 10,10). El discurso sobre la vida continúa hasta los últimos capítulos, los de Pascua: en la primera conclusión del Evangelio, al final del capítulo 20, Juan dice que el Evangelio fue escrito para que podamos creer y para que, creyendo, tengamos vida (Jn 20,31).
Todos los signos realizados por Jesús también tienen una estrecha conexión con la vida: el agua de la samaritana (Jn 4), la luz del ciego de nacimiento (Jn 9), la vida restituida a Lázaro (Jn 11)...
Y también lo es el pan de este sexto capítulo que estamos leyendo: todos los signos hablan de algún modo de vida.
Por eso Jesús ha sido enviado, para que tengamos vida (cf. Jn 6, 57: «Como el Padre, que tiene vida, me envió, y yo vivo para el Padre, así también el que me come vivirá por mí»).
Pero, ¿por qué es tan importante el tema de la vida?
A menudo repetimos que Jesús dio su vida, y es cierto: dio su vida, aceptó morir por amor a nosotros, por nuestra salvación, para que conociéramos al Padre y su infinita misericordia.
Pero es igualmente cierto que Jesús dio la vida, se aseguró de que todos los que conoció pudieran vivir, y vivir bien, vivir en plenitud. Él devolvió la vida a aquellos que nunca podrían habérsela dado a sí mismos.
Por lo tanto, Jesús hizo todo para que pudiéramos estar vivos.
Amar, al fin y al cabo, no es más que eso, es dar vida: dar vida como una madre, que alimenta, que hace crecer, que protege, que hace crecer la vida en los demás. ¿Qué significa que Jesús es pan vivo, pan que nos da vida?
Jesús es pan vivo porque vive del Padre (Jn 6,57), porque baja del cielo (Jn 6,58): no es un simple pan, sino que es la vida misma de Dios que se nos ofrece como alimento, para que nosotros, alimentados por esta vida, podamos crecer en ella.
Para darnos su vida, y para que pudiéramos vivir de ella, Dios no encontró otro camino que hacerse pan y darse a nosotros como alimento: el camino más natural, el más humano, el más accesible a todos.
A veces esto puede parecernos obvio, a veces vivimos como si no tuviéramos la vida de Dios en nosotros: en realidad esta es nuestra vocación, tener vida en nosotros.
Y la condición para estar vivo es, simplemente, la de comer este pan: lo que significa vivir con Él una pertenencia profunda, una comunión profunda. El pan de Dios, sin embargo, no es sólo la Eucaristía.
Dios nos alimenta con su Palabra, con su presencia oculta en los acontecimientos de la vida, con su Espíritu.
Todo tiene una dinámica eucarística, todo puede convertirse en pan.
Lo importante es que aceptemos dejarnos alimentar de la vida de Dios, permanecer dentro de una buena dependencia, aquella que pide a Dios el pan que nos alimenta con la vida verdadera.
+Pierbattista