26 de mayo de 2024
Solemnidad de la Santísima Trinidad, año B
Mateo 28, 16-20
En esta fiesta de la Santísima Trinidad escuchamos los últimos versículos del Evangelio de Mateo (Mt 28,16-20): es el encuentro del Resucitado con sus discípulos, el único encuentro narrado por el evangelista. Un encuentro que coincide con el envío en misión, el mandato con el que Jesús envía a sus discípulos a llevar el anuncio del Reino a todas partes.
Al ser un pasaje final, es también un pasaje que resume muchos elementos centrales de este Evangelio, y hoy reflexionamos sobre algunos de ellos.
El primer elemento se deduce de un verbo importante, que se repite hasta 57 veces en el Evangelio de Mateo, a saber, el verbo acercarse (Mt 28,18): los discípulos llegan a Galilea, donde Jesús les ha dado una cita a través de las palabras de las mujeres (Mt 28,10), pero es Jesús quien se acerca a ellos, no al revés.
De hecho, Galilea es el lugar donde Jesús fue el primero en acercarse a sus vidas, donde los vio y los llamó. Y, después de su resurrección, Jesús sigue haciendo sustancialmente esto, acercarse, encontrarse, tratar de establecer una relación.
Con su vida y muerte Jesús reveló esto, reveló el rostro de un Dios que se acerca. Un Dios que no permanece distante de nuestras vidas, impasible, sino que se ha puesto en juego, se ha acercado.
La Pascua no interrumpió este camino de acercamiento, al contrario, lo hizo posible para siempre y para todos, hasta el punto de que el mismo nombre de Dios habla de esta cercanía: en el libro del Éxodo, de hecho, Dios se había revelado a Moisés con el nombre de «Yo soy» (Ex 3,14). Pero aquí, al final del Evangelio de Mateo, Jesús completa este Nombre, lo revela definitivamente y dice que este Nombre es «Yo estoy con vosotros» (Mt 28,20). Hemos entrado en el nombre mismo
de Dios, somos parte de Él, como si Él ya no pudiera existir sin nosotros.
Y esto no por unos días, no por un período, sino para siempre, todos los días, hasta el fin del mundo. Decir que no hay momento en la historia, aunque sea el más oscuro y terrible, en el que Él no esté con nosotros, no se acerque, para llevar con nosotros el peso de la vida, para abrir un camino de esperanza.
Este pasaje final, entonces, dice algo muy importante acerca de quién es Dios, y cómo este Dios se reveló a sí mismo en la persona del Señor Jesús.
Pero eso no es todo. También dice algo acerca de la comunidad de discípulos, y algo más acerca de la humanidad en su conjunto.
La comunidad de discípulos que llega a Galilea, a la que Jesús se acerca, es una comunidad muy especial, porque es una comunidad perdida y herida.
Los discípulos ya no son doce, sino once (Mt 28,16), no sólo porque uno es el que traicionó y se alejó, sino también porque su ausencia recuerda a todos que de alguna manera todos le han traicionado, han dejado solo a su Maestro en el momento de la prueba.
Además, Mateo señala que esta comunidad está llena de dudas (Mt 28,17), y le cuesta reconocer a su Señor.
La comunidad de discípulos es una comunidad imperfecta, y siempre lo será.
Pero esto no impide que el Señor la envíe a todos los hombres, porque no tendrá que anunciarse a sí misma, sus perfecciones e imperfecciones, sino sólo lo que Jesús mismo hizo, es decir, acercarse: Jesús los envía para que vayan entre la gente (Mt 28,19). No tienen que esperar a que la gente se acerque a ellos, sino que tendrán que dar el primer paso, tal como lo hizo el Señor con ellos.
Todos los pueblos (Mt 28,19) son los destinatarios de este anuncio, porque todos los pueblos esperan el encuentro con el Señor. Un
encuentro que nadie puede darse a sí mismo, así como nadie puede darse amor a sí mismo, sino que solo puede dársenos a nosotros.
El encuentro entre las personas, el acercamiento unos a otros, este será el lugar a través del cual nos sumergiremos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y a través del cual nos convertiremos en discípulos del Señor Resucitado, es decir, personas que aprenden lentamente, día tras día, a saborear su amor y a vivir en él.
+Pierbattista