El año jubilar siempre ha sido un tiempo de renovación, perdón y restauración, profundamente arraigado en la tradición bíblica. En el Antiguo Testamento, era el momento en que se perdonaban las deudas, se liberaba a los esclavos y se devolvían las tierras a sus legítimos propietarios (Levítico 25). Simbolizaba la misericordia de Dios y una llamada a la justicia, invitando a la gente a realinear sus vidas con Su plan divino. El Jubileo adquiere un significado aún más profundo cuando se contempla a la luz de la Resurrección de Cristo, que es nuestra fuente suprema de esperanza y de nuevos comienzos.
El Verdadero Jubileo
Al acercarnos a la celebración de la Resurrección, piedra angular de nuestra fe cristiana y el mayor acto de liberación de la historia, recordamos que la victoria de Cristo sobre la muerte no es sólo un acontecimiento histórico; es una realidad viva que sigue transformando la vida de quienes están dispuestos a abrir su corazón al amor de Cristo.
A través de su Resurrección, Jesús proclama una nueva era de gracia. Se rompen las cadenas del pecado y la humanidad es invitada a una relación restaurada con el Dios vivo. Este es el cumplimiento último de la promesa del Jubileo: una restauración que trasciende las posesiones materiales, llegando a la esencia de nuestra existencia, donde somos rescatados de la corrupción y la imagen divina en la humanidad, manchada por el pecado original, es restaurada.
Una Llamada a la Renovación de la Fe y la Misión
La esperanza que se encuentra en la Resurrección nos llama a cada uno de nosotros a abrazar el espíritu del Jubileo en nuestra vida cotidiana. Al celebrar el Año Jubilar de la Esperanza, recordamos que nuestra fe no es estática, sino un camino de renovación constante (cf. Pe 1, 6-7). La tumba vacía es una invitación a dejar atrás nuestras cargas y entrar en la luz de la victoria de Cristo.
En la práctica, vivir el Jubileo de la Resurrección significa abrazar la misericordia y la reconciliación. Nos desafía a perdonar como hemos sido perdonados, a restaurar las relaciones y a trabajar por la justicia y la paz en nuestras comunidades. La Resurrección nos asegura que ninguna situación escapa al poder redentor de Dios. Es un mensaje de esperanza para un mundo agobiado por el sufrimiento, el conflicto y la división.
La Iglesia de Tierra Santa como Testigo de la Esperanza
En tiempos agitados, mientras el mundo se tambalea en la desesperación, la Iglesia se mantiene firme en la esperanza, anclada en la victoria de Cristo sobre el mal mediante Su sacrificio en la Cruz. Esta esperanza inquebrantable nos llama a reflejar Su luz y a compartir con los demás la alegría de la Resurrección. Se nos confía la misión de ofrecer consuelo a los afligidos, levantar la mirada de quienes han caído en la desesperación y recordàndoles las posibilidades transformadoras que surgen cuando nos arrepentimos, rezamos y buscamos a Dios con fervor y autenticidad. Como el Buen Samaritano, estamos llamados a ser fuente de compasión y curación para quienes nos rodean.
En su homilía durante la Fiesta de la Anunciación, S.B. el Cardenal Pierbattista Pizzaballa, Patriarca Latino de Jerusalén, nos recordó que «Dios ha habitado nuestra historia, nuestro tiempo, nuestra condición humana...» y que Él «sigue guiando hoy el tiempo y la historia». Invitó a los fieles a someter de nuevo su voluntad a Dios con las palabras «Aquí estoy», a ejemplo de la Virgen cuyo «Aquí estoy» cambió el curso de la historia del mundo. Dijo: «Dios entra en la historia discretamente y busca los corazones mansos, libres, humildes y abiertos. Dios necesita nuestro 'Aquí estoy', personas mansas que puedan decir y ser una palabra diferente de vida y esperanza en el mundo».
El Papa Francisco ha subrayado a menudo que el Jubileo no es sólo celebración; es conversión y misión. La Resurrección nos impulsa a salir, a dar testimonio de Cristo resucitado con nuestras palabras y acciones. Es una llamada a construir un mundo en el que reinen la misericordia y la justicia de Dios.
Esperanza en Dios y No en el Hombre
«No debemos confundir la esperanza con la espera de tiempos mejores», señaló S.B. el Cardenal Pizzaballa durante su homilía. Si bien reconocemos nuestro profundo anhelo de un tiempo en el que reinen la justicia y la paz entre la humanidad, la Palabra de Dios nos enseña de que nuestra vida terrenal está llena de pruebas y sufrimiento. Sin embargo, nuestra esperanza reside en Emmanuel, «Dios con nosotros», lo que significa que, incluso en las profundidades de nuestro dolor y nuestras pruebas, nunca estamos solos. Él está ahí con nosotros, nos ve, plenamente consciente de lo que cada uno de nosotros siente y nos fortalece para perseverar.
Nuestra esperanza proviene también del Consolador, el Espíritu Santo, que nos acompaña en nuestro camino. El Cardenal Pizzaballa subrayó: «Nuestra esperanza no depende de la acción de los hombres, no depende de las decisiones de los poderosos, no es fruto del esfuerzo humano... Nuestra esperanza brota de nuestro encuentro con el Señor Jesús... Debemos volver a encontrarnos con Él para comenzar de nuevo desde Cristo. Sólo así, en la firme compañía de Cristo, podremos vivir este tiempo sin dejarnos llevar por sentimientos de odio, resentimiento y miedo».
Un Jubileo que Nunca Termina
Al abrazar el Jubileo durante nuestras celebraciones de Pascua de este año, hagámoslo con el corazón lleno de esperanza, confiando en que el mismo poder que resucitó a Jesús de entre los muertos obra hoy en nuestras vidas. La Resurrección es nuestro Jubileo eterno, una promesa de que ninguna oscuridad puede vencer la luz de Cristo, y que las tinieblas no son oscuras para aquellos en quienes la luz del Mundo vive en ellos ( cf. Jn. 1,5 & Sal. 139,12).