25 de mayo de 2025
VI Domingo del Tiempo de Pascua, año C
Jn 14, 23-29
La invitación a recordar recorre todo el Antiguo Testamento.
En algunos Libros, como el Deuteronomio, la invitación se hace apremiante, porque para el pueblo que se prepara para entrar en la tierra prometida, no hay posibilidad de vida si no es a partir del recuerdo de lo que Dios ha realizado por ellos, de la liberación que Dios ha hecho posible.
La invitación a recordar vuelve a menudo, y es apremiante, precisamente porque el hombre, por su parte, tiende a olvidar.
Por eso, la gran tarea de los profetas es devolver a la memoria del pueblo lo que Dios ha hecho y, antes que eso, hacer que el pueblo viva en la memoria misma de Dios, es decir, en su presencia.
Porque el gran pecado del pueblo es el olvido: se olvidan de Dios y se vuelven a los ídolos.
Sin embargo, una vez más, la historia de la salvación enseña que recordar no es una tarea de la que el hombre sea capaz por sí mismo de realizar, con sus propias fuerzas. El hombre sabe olvidar, pero no sabe recordar, y se aparta de la fuerza originaria de la historia de Dios. Y cuando olvida, en realidad el hombre pierde su propia identidad, se pierde a sí mismo, pierde su vida, porque nosotros somos la Palabra que Dios habla en nosotros y para nosotros.
El pasaje evangélico de hoy (Jn 14,23-29) tiene en su centro este mismo verbo, recordar: «El Espíritu Santo os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14,26). Es un versículo central para la vida de los discípulos del Señor, y en él nos centraremos.
Lo primero que hay que señalar es que este recuerdo es un don del Espíritu. No es un movimiento psicológico, un esfuerzo humano. Será el Espíritu quien obra este recuerdo en los creyentes, quien les
recuerde las palabras del Señor, quien mantenga viva en ellos la memoria de Dios. No se trata, pues, de esforzarse por retener algo de lo que Jesús dijo, sino de permanecer abiertos al Espíritu, de dejarle actuar.
Pero el Espíritu no hace arqueología del pasado, no se limita a repetir lo que dijo Jesús, sino que hace viva su Palabra en nosotros. El recuerdo de Dios no es un retorno nostálgico a algo que ya pasó, que está terminado, sino exactamente lo contrario. El Espíritu nos recuerda la Palabra porque la hace vivir en nosotros, la convierte en fuente de nuestra vida, en criterio de discernimiento de todas nuestras elecciones, deseos y voluntades para hacerla vida en nuestras palabras y obras.
No debemos tener miedo de olvidar algo, más bien debemos ponernos a disposición del Espíritu, estar atentos a sus inspiraciones, que surgen en lo más profundo de nuestro corazón, en cualquier momento.
El Espíritu, dice el Evangelio, no sólo recuerda, sino que también enseña. La memoria de Dios en nosotros pasa también por una comprensión profunda de la vida de Jesús. No basta una escucha superficial, es necesario aprender a conocer y reconocer los rasgos del rostro de Cristo, su pensamiento, la lógica profunda que lo animaba. Si se comprende alguna cosa, entonces se recuerda.
Finalmente, un último elemento vinculado a este versículo es el hecho de que la memoria de Jesús obrada por el Espíritu en nosotros tiene una cierta pretensión de totalidad: el Espíritu enseñará todas las cosas y recordará todo lo que Jesús dijo.
Esta totalidad no indica tanto la suma de todas las cosas que Jesús dijo e hizo.
Más bien se refiere a la persona misma de Jesús, a su presencia, al sentido de su vida. El Espíritu en nosotros lo hace presente. No nos empuja simplemente a realizar una acción más que otra, a recordar una Palabra más que otra, sino a revivir lo que Jesús vivió, o mejor, a vivir como Jesús vivió.
Y esta pretensión de totalidad la encontramos resumida en el versículo que sigue al que nos hemos detenido, donde leemos: «La paz os dejo, mi paz os doy» (Jn 14,27).
La paz es el primer don del Resucitado, es la plenitud de los dones, la presencia del Reino de Dios entre nosotros. Es la reconciliación "total", con el Padre y entre nosotros, que Jesús realiza gracias a su Pascua, gracias a su ir al Padre (Jn 14,28).
Así pues, podríamos decir que el Espíritu nos recuerda la paz, nos llena de paz.
Hace presente en nosotros al Señor Jesús y su obra de paz, de reconciliación, de comunión.
Y por eso, nuestro corazón no puede turbarse y, a pesar de todo, no puede tener miedo: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón, ni se acobarde» (Jn 14,27).
+Pierbattista
*Traducción de la Oficina de Medios del Patriarcado Latino