8 septiembre de 2024
XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, año B
Mc 7, 31-37
El protagonista del pasaje evangélico de hoy (Mc 7,31-37) es un hombre sordo y mudo.
Un hombre enfermo de una enfermedad que no solo es incurable, sino que también es profundamente simbólica: si el hombre vive gracias a sus relaciones, y si una relación pasa por la comunicación, y, por lo tanto, por la palabra, entonces hay que deducir que este hombre es un hombre que vive solo a medias. No puede escuchar, no puede expresarse, vive en su propio mundo, está aislado de todos los demás.
Además, cada enfermedad era considerada una maldición, porque alguien tenía que ser el culpable de esta creación inacabada y "defectuosa": ciertamente no Dios, que lo hace todo bien, y, por lo tanto, el hombre con su pecado.
Un hombre enfermo que, además del peso de su enfermedad, también tenía que cargar con el peso de su supuesta culpa.
A este hombre desesperado se le ofrece esperanza: él, en su oscuridad, no puede saber que hay esperanza. La esperanza para él pasa por algunos personajes anónimos que hacen posible la curación: personas que van más allá de la resignación y de la indiferencia, y asumen la responsabilidad de esperar a los que no pueden esperar. Conducen al enfermo a Jesús y le ruegan que lo cure (Mc 7,32).
En este punto Jesús puede intervenir, y lo hace con algunos gestos en los que nos centraremos.
La primera es tomar al sordomudo y llevarlo aparte (Mc 7,33): esto parece paradójico, porque este hombre ya es un hombre aislado, aislado de la realidad. Jesús, de alguna manera, lo aísla aún más.
Este hombre ya está al margen, y Jesús se aparta con él. Jesús entra en nuestro aislamiento, en nuestra incapacidad de relacionarnos, en nuestra humanidad herida. Él nos saca de todo esto, nos salva, pero no antes de entrar en él con nosotros.
El segundo paso es hacer gestos (Mc 7,33): el hombre era sordomudo, no podía oír ninguna palabra. Pero podía ver lo que Jesús estaba haciendo.
La salvación de Dios pasa por sus obras, por sus manos y sus dedos: las expresiones "manos y dedos de Dios" recorren todo el Antiguo y el Nuevo Testamento para indicar el poder de la intervención divina, que da vida y que mantiene vivo.
En primer lugar, Jesús restaura la audición: para que un hombre pueda hablar, primero debe poder escuchar, y Jesús parte de ahí, de una escucha interrumpida. No le aplica medicina, lo toca con su propia mano, porque Él mismo es la medicina, y de Él viene la cura.
Finalmente, Jesús pronuncia una palabra, solo una: "Ábrete" (Mc 7,34).
La salvación, por tanto, es abrirse, precisamente porque la enfermedad es siempre una forma de cierre: cierre a la vida, a las relaciones, a la esperanza, al mañana, a la confianza. Jesús la abre de nuevo, y lo hace con un suspiro, con un soplo: señal, tal vez, de aquella primera creación, cuando Dios había insuflado su propia vida en el hombre.
El fruto de esta curación reside íntegramente en un adverbio que encontramos en el versículo 35: el hombre curado finalmente puede escuchar y hablar, pero el evangelista especifica que el hombre habla "correctamente".
¿Por qué esta aclaración?
Podríamos decir que nuestro discurso es correcto cuando dice lo que Dios ha obrado en nosotros.
Todas las demás palabras son palabras "incorrectas", de algún modo son palabras silenciosas, que no dicen lo que han oído y lo que han visto, que no cumplen su finalidad, el de expresar la misericordia de Dios para con nosotros.
Finalmente, Jesús pide a los presentes que no divulguen el hecho a nadie (Mc 7,36).
Porque solo los que lo han vivido pueden dar testimonio de lo sucedido, como los que han estado al margen, los que han vuelto a aprender a escuchar y a hablar correctamente.
Pero también porque si antes del milagro el enfermo no tenía la oportunidad de hablar correctamente, ahora tiene la responsabilidad: ahora ya nadie puede hacer solo lo que solo le corresponde a él, es decir, "abrirse" y dar testimonio de la esperanza que lo ha salvado, para que luego otros sean conducidos a Jesús.
«Todo lo ha hecho bien» (Mc 7,37): así también se cura la creación.
+Pierbattista