MEDITACIÓN DE S.B. CARDENAL PIERBATTISTA PIZZABALLA
4 de agosto de 2024
XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, año B
Jn 6, 25-29
El sexto capítulo del Evangelio de Juan comienza con un don inesperado y sorprendente: Jesús alimenta a la multitud con pan en abundancia, y este pan es para todos. Lo subraya el evangelista: todos comieron hasta saciarse, y se llenaron doce cestas con el pan sobrante (Jn 6,12-13)
Esta lógica, que parte del don, es una lógica que encontramos en cada capítulo del Evangelio de Juan, en cada una de las grandes escenas que se encuentran en el cuarto Evangelio: desde las bodas de Caná hasta el agua viva de la samaritana, desde el ciego de nacimiento a Lázaro. Para todos, en el principio está el don, la gracia dada sin mérito a todos aquellos con quienes Jesús se encuentra.
Por lo tanto, en el principio está el don de Dios, y este es el corazón de nuestra fe.
Este es también nuestro mayor problema con respecto a nuestra relación con Dios.
Esto es lo que surge del diálogo entre Jesús y Felipe, en el Evangelio del domingo pasado: Jesús lo provoca, preguntándole dónde puede comprar pan para alimentar a tanta gente, y Felipe responde permaneciendo dentro de esta lógica, de este modo de pensar, pero también revelando su insuficiencia: para alimentar a esta multitud es necesario ir a comprar pan, pero incluso con mucho dinero no sería suficiente para que cada uno recibiera un pedazo (Jn 6, 5-7).
He aquí, pues, la lógica con la que habitualmente interpretamos nuestra relación con Dios: si queremos algo, debemos conquistarlo o comprarlo o merecerlo.
Y, si no puedes conseguirlo, de alguna manera es nuestra culpa.
A menudo nuestra vida está enjaulada dentro de esta forma de pensar.
Esta lógica, además, a diferencia de la lógica de Dios, no parte del don, sino que parte de nosotros, de nuestras necesidades y de nuestros deseos.
Y esta es también la primera observación que encontramos en el Evangelio de hoy: la multitud, inmediatamente después de quedar satisfecha, busca a Jesús, pero su búsqueda está motivada solo por su propia necesidad, por su propia falta: «Me buscáis, no porque hayáis visto señales, sino porque habéis comido y os habéis saciado» (Jn 6, 26).
Los animales solo buscan lo que necesitan. La gente también busca algo más, busca lo que les hace vivir plenamente, más allá de lo que satisface el hambre material.
Por tanto, antes de la necesidad viene el don, y es el don el que educa nuestras necesidades: no las suprime, sino que las amplía, nos enseña a no contentarnos con lo que satisface nuestros apetitos, para entrar en una relación que conozca el buen sabor de la gratuidad y de la amistad.
Sin embargo, frente a este horizonte ampliado, se activa una vez más el mecanismo del mérito y de la ganancia: cuando Jesús nos invita a buscar verdaderamente lo que da la vida eterna, sus interlocutores le preguntan inmediatamente qué deben hacer (Jn 6, 27-28).
Es en este punto donde Jesús revela que hay otra manera de vivir la vida, no a partir de uno mismo y de los propios esfuerzos, ni de los propios méritos, sino, sencillamente, desde la fe: esta es la obra de Dios.
Es significativo cómo Jesús plantea la pregunta: estamos llamados a hacer la obra de Dios, y esta obra es nuestra fe (Jn 6,29).
Creer es obra de Dios porque al creer abrimos nuestra vida a Dios, y esto le permite obrar en nosotros lo que desea, es decir, la plenitud de nuestra vida, la belleza de una relación plena con Él.
Estas dos lógicas en el Evangelio de hoy están simbolizadas de alguna manera por las dos orillas del lago (Jn 6,25) y por la travesía que los discípulos están llamados a hacer: la fe no es un acto intelectual, sino un paso continuo entre dos lógicas, entre dos opciones: la que parte del don de Dios o la que parte de nosotros mismos y de nuestra búsqueda; la que parte de nuestras obras o la que parte de la obra de Dios en nosotros. La que se detiene en nuestras pequeñas necesidades y la que se abre de par en par al deseo de Dios y a la grandeza de su corazón.
Aquellos que escuchan su Palabra pueden hacer este viaje y llegar a la orilla donde Dios nos espera para cumplir toda su obra en nosotros.
+Pierbattista