7 de abril de 2024
II Domingo de Pascua, año B
Juan 20, 19-31
La liturgia de la Palabra de este Segundo domingo de Pascua (Jn 20, 19-31) nos lleva de nuevo al Cenáculo, donde el Resucitado se presenta en medio de sus discípulos.
Jesús se une a sus discípulos en el lugar donde se han refugiado y encerrado. Es la misma tarde del día en que María Magdalena, junto con Pedro y el discípulo amado, descubrieron la tumba vacía. María, además, que permaneció junto al sepulcro, se encontró con el Señor y corrió a advertir a los discípulos (Jn 20,1-18).
De este encuentro entre el Resucitado y sus discípulos en el Cenáculo, quisiera subrayar algunos aspectos.
El primero es la paz.
Cuando el Resucitado se encuentra con sus discípulos, primero les da la paz: «La paz esté con vosotros» (Jn 20,19.21). Lo mismo dirá ocho días después (Jn 20,26), cuando vuelva a encontrarse con Tomás, que estuvo ausente en el primer encuentro.
El de Jesús no es simplemente un saludo, un deseo. Inmediatamente después de darles la paz, de hecho, muestra las heridas de la Pasión (Jn 20,20). Y con esto Jesús quiere decirnos que la paz es el primer fruto de la Pascua, de la redención, el primer don del Resucitado a su Iglesia.
Podríamos decir que Jesús puede dar la paz porque murió por todos. No murió solo por alguien, excluyendo a alguien más de su don de salvación. Jesús murió por todos, y esto significa que ya no hay divisiones ni distinciones, no hay más enemigos. Él llevó a todos el amor del Padre, un amor que nos reconcilia con Él.
Esta es la paz, no una paz política, ni psicológica, ni social: es una paz "teológica", la que nace de la conciencia de que ya no somos enemigos, ni del Padre ni de los demás, de la conciencia de que todos somos iguales y libremente salvados.
El segundo don del Resucitado a su Iglesia es la alegría: «Los discípulos se alegraron al ver al Señor» (Jn 20, 20).
La alegría, al igual que la paz, no es una condición inestable y voluble del hombre, ligada a acontecimientos más o menos favorables. La alegría del discípulo es la alegría misma del Señor, es la alegría de haber pasado de la muerte a la vida: el Señor nos da esta alegría. Es como la fiesta que se celebra en la casa del padre misericordioso cuando el hijo pródigo vuelve allí (Lc 15): Jesús ha abierto la puerta a este posible regreso, para que la fiesta se convierta siempre en un don accesible al hombre.
Estos dones, para que se conviertan en nosotros en fuente de una vida nueva, de una vida resucitada, deben ser acogidos sin más. El Señor, en efecto, no resucita por sí mismo, como no vivió y murió por sí mismo. Él ha resucitado por nosotros, para que también nuestra vida sea una vida resucitada.
Y la figura de Tomás puede ayudarnos a comprender cómo sucede esto en la vida del discípulo.
Tomás, como todos los demás discípulos, necesita volver a conocer al Señor. No basta tener el conocimiento de Él que tenía antes de la Pasión, el de un buen maestro, que hacía señales importantes y mostraba su predilección y misericordia hacia los más pequeños.
Ahora Tomás necesita conocerlo de nuevo, por lo que el Señor se ha "convertido" a través de la Pascua. Es decir, el Dios de lo imposible, que ha realizado algo radicalmente nuevo, que ha abierto un camino absolutamente impensable para la mente humana.
En el relato del Éxodo, leemos que cuando Moisés realizó señales para convencer al faraón de que dejara ir al pueblo, entonces los adivinos y magos egipcios pudieron replicar la misma señal.
Pero esta vez no es así: la muerte, que es un camino sin retorno, que es una morada eterna, ha dejado de tener este poder sobre el hombre y así Dios puede cambiar definitivamente nuestro destino. Solo Él puede hacerlo.
Pero lo importante es que esta vida absolutamente nueva no se nos opone en absoluto, no niega nuestra existencia terrena, tantas veces dramática y herida, no la olvida. Jesús invita a Tomás a poner sus manos en las marcas de los clavos para que quede clara la continuidad y la identidad entre el Crucificado y el Resucitado: Jesús resucitó porque murió así, porque murió por nosotros.
Y también para nosotros, la resurrección es posible siempre que entremos en un conocimiento profundo del Señor Crucificado, para entrar en su lógica de vida.
Esta es la vida de fe en la que Tomás está llamado a entrar.
Y todo esto será posible no sólo por nuestra fuerza humana, sino porque el Resucitado nos da su Espíritu (Jn 20,22), su vida misma: Jesús sopla sobre ellos (Jn 20,22) y los llena del Espíritu Santo, que es el espíritu de paz y reconciliación, de alegría y fiesta.
Es la vida de Dios, imposible para el hombre, pero ahora dada a todos con la condición de que aprendamos a mirar las heridas del Señor Resucitado y veamos en ellas la elección irreductible de Dios de estar siempre del lado del hombre.
+Pierbattista