*Traducción no oficial; para cualquier cita, remítase al texto original en italiano - Traducido por la Oficina de Prensa del Patriarcado Latino de Jerusalén.
Santísimo Padre,
en nombre de los Patriarcas, de los Obispos Ordinarios y de toda la comunidad cristiana de nuestra región, deseo expresarle nuestro más sincero agradecimiento por la carta que nos envió el pasado 7 de octubre, por el hermoso gesto de cercanía y afecto. Un gran agradecimiento, porque Vos es el único líder mundial que tiene presente el sufrimiento de todos, y nos recuerda la necesidad de no perder, ni siquiera en estas situaciones dramáticas, nuestra humanidad.
Acogimos con alegría su carta, en la que no sólo nos expresa su cercanía, sino que también nos da valiosas indicaciones para seguir viviendo esta larga noche, que parece no tener fin, pero que sabemos que algún día terminará.
Vuestra carta ha suscitado algunas reflexiones, que hemos compartido entre muchos de nosotros y de las que os informo, haciéndome así, con la presente, portavoz del pensamiento, la preocupación y la esperanza de obispos, sacerdotes, religiosos y fieles.
Con el pasado 7 de octubre ha transcurrido un año en el que la espiral de violencia, encendida por la «mecha del odio», como la habéis llamado, ha vuelto a sumir a todos nuestros países en una guerra que parece no tener fin, y que está sembrando muerte y destrucción, no sólo en las estructuras físicas, sino también en la vida de las personas, en las relaciones a todos los niveles.
El 7 de octubre fue también el día en que todas nuestras comunidades se reunieron en ayuno y oración, en unión con Vos, Santo Padre, para implorar el don de la paz para todos nuestros pueblos. Son nuestras armas, las «armas del amor». Son nuestra respuesta a la desconfianza que parece extenderse cada vez más, no sólo en el corazón de los gobernantes, sino también entre nosotros.
En este tiempo doloroso, seguiremos no sólo estando cerca del pueblo santo, de todo tipo de sufrimiento, sino también «dejándonos tocar el corazón», dejando a un lado nuestras prioridades, para seguir sirviendo a nuestro pueblo de todas las maneras posibles. En efecto, en este contexto de odio tan arraigado, es necesaria la empatía, los gestos y las palabras de amor que, aunque no cambien el curso de los acontecimientos, aportan sin embargo el consuelo y el alivio que todos necesitamos. En estos últimos meses, sacerdotes, religiosos y religiosas han permanecido cerca de las comunidades y de las personas afectadas, incluso en los lugares más peligrosos. Hay muchos voluntarios en nuestras comunidades que, a pesar del peligro, no han escatimado esfuerzos para ayudar a sus hermanos y hermanas.
No cederemos ante los acontecimientos que parecen distanciarnos unos de otros, sino que buscaremos siempre ser sedientos constructores de paz y de justicia, sin ceder a la lógica del mal, que busca más bien la división. No ocultamos que no es humanamente fácil en estas circunstancias ser capaces de amar a nuestros enemigos y de rezar por los que nos persiguen (cf. Mt 5, 44), pero no dejemos de pedir a Dios este don y esta libertad en la oración. En esto nos inspiran tantos ejemplos de hombres y mujeres de todos los credos que, en los últimos meses, a pesar de estar personalmente afectados por la violencia y la muerte, han tenido la fuerza interior de no ceder a la lógica del odio, sino que han sabido pronunciar palabras de perdón y hacer gestos de comprensión y esperanza. Son el «pequeño resto» desde el que volver a empezar.
El diálogo entre nosotros, creyentes de distintas confesiones, se ha visto dañado. La desconfianza parece haber prevalecido entre algunos de nosotros. Pero nos esforzaremos por reanudar las relaciones, por reconstruir la confianza que parece rota, por hacer de la fe un lugar de encuentro y no un pretexto para la división. De este momento difícil tendremos que aprender a hacer que nuestras relaciones en el futuro sean aún más sólidas y sinceras, a construir contextos auténticos y serios de paz y respeto.
No dejaremos de hacernos eco de sus numerosos llamamientos al cese de las hostilidades, como requisito previo para poder iniciar entonces procesos reales y serios, que conduzcan algún día a nuevos y pacíficos equilibrios en Oriente Medio. De hecho, esta región nuestra necesita líderes con una nueva visión, personas capaces de dar expresión a la riqueza y la belleza que todavía existen aquí y que la guerra aún no ha desfigurado por completo. La idea de que las estrategias militares pueden traer noticias positivas para nuestra región es una ilusión. Como Vos bien nos ha recordado: «La historia lo demuestra, y sin embargo años y años de conflicto parecen no habernos enseñado nada». La violencia, de hecho, producirá más violencia, creará más odio en las generaciones más jóvenes y fomentará aún más los diversos fundamentalismos que han atormentado y bloqueado nuestra región durante demasiado tiempo.
Por el contrario, necesitamos desarrollo, necesitamos invertir en formación, necesitamos educar para la paz, necesitamos dar a nuestros jóvenes un contexto pacifico en el que puedan basar su esperanza, aquí, en estas atormentadas tierras nuestras, pero que siguen siendo el Lugar «del que más hablan las Escrituras», y en el que están arraigadas nuestras raíces.
A pesar de nuestras muchas limitaciones, intentaremos, en definitiva, ser una voz serena, firme y libre para los pequeños que no tienen voz. Nos esforzaremos por no abandonar a nadie que llame a nuestras puertas y por estar cerca de todos los que hoy sufren, están necesitados y solos.
Sabemos que no estamos solos y que Vos está con todos los que «sufren la locura de la guerra». Llevaremos a todos nuestros fieles y a todas las personas que nos encontremos vuestras palabras de paz, cercanía y consuelo.
¡Gracias, Santo Padre!
En oración seguimos implorando la paz, confiando en la obra de Dios, Señor del tiempo y de la historia.
Con la intercesión de la Santísima Virgen, encomendamos a Dios todas vuestras intenciones y vuestro precioso ministerio al servicio de la Iglesia universal, de la que eres Pastor Supremo.