Queridos hermanos y hermanas,
Estoy muy contento de ver a tantos de vosotros asistiendo a esta misa dominical, en que concluye vuestra sesión de estudio de tres días. Habeis tenido cinco importantes conferencias para profundizar en vuestra formación en derecho canónico, especialmente centradas en las leyes al servicio de los asuntos familiares, los procedimientos legales en nuestros tribunales y la construcción de la cultura canónica, todo ello para comprender mejor vuestro papel al servicio de la Justicia y la promoción de los valores familiares de perdón y amor.
Todos somos necesarios e importantes, todos tenemos papeles vitales que desempeñar, cada uno según nuestras propias obligaciones y deberes. Pero todos estamos unidos y colaboramos al servicio de la justicia y la equidad, en la búsqueda de la Verdad y en el respeto a nuestra fe, al Catecismo Católico y a las enseñanzas relativas a la dignidad del matrimonio como Sacramento. Vuestro trabajo, como jueces, abogados y empleados de los tribunales eclesiásticos, es parte integrante de la misión pastoral de la Iglesia. Y su objetivo final, tal y como establece el Derecho Canónico, en todos los casos que trata es "la salvación del alma" de los creyentes. Se trata de una tarea y una misión extremadamente serias. El Papa Francisco os llama "ministros de la paz de las conciencias".
Ahora que estáis a punto de terminar vuestra sesión de formación y volver a vuestros despachos y expedientes, después de ricas reflexiones y deliberaciones, creo que es muy importante que tengáis presentes algunos puntos, esenciales para vuestra misión como jueces y abogados especialmente, pero también como personas que trabajan en los dominios del Señor. Su Santidad el Papa Francisco, en su discurso anual a la Sacra Rota de este año, dijo: "En efecto, vuestra actividad se expresa también como un ministerio de la paz de las conciencias y requiere ser ejercida con la conciencia tranquila, como bien expresa la fórmula con la que se pronuncian vuestras sentencias ad consulendum conscientiae o ut consulatur conscientiae."
Al meditar sobre el discurso de Su Santidad, me gustaría resumir mis preocupaciones en los siguientes puntos.
En primer lugar, la conciencia. La justicia y la equidad van de la mano, pues sin una conciencia viva, guiada por el Espíritu Santo, todos estamos tentados en cada momento a cambiar nuestra conciencia según nuestros objetivos y condiciones. Sólo bajo la guía de la fe, la oración y el Espíritu Santo podemos rechazar todo tipo de tentaciones y circunstancias, y llevar a cabo nuestra misión con la conciencia tranquila. Sólo con una conciencia viva vuestra profesión se convierte en una verdadera misión.
En segundo lugar, la verdad. Nuestro Señor dijo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida". Y para recordarlo, el lema de nuestra Conferencia fue: "La justicia es el fruto de la verdad". Por lo tanto, os exhorto a que busquéis siempre la verdad, como también se menciona en vuestra oración, la oración de los abogados preparada por nuestro Tribunal, que os ha sido entregada: "Señor... hacedme preciso en mis análisis, correcto en mis conclusiones y honesto con todos". Una verdadera vida cristiana, una vida de fe y de oración, es la única garantía que nos llevara a descubrir la verdad, a actuar y a decir la verdad, a alcanzar en nuestra vida la verdadera libertad, la libertad interior, que viene de la verdad, como dijo Nuestro Señor: "Y la verdad os hará libres".
En tercer lugar, el conocimiento. Los conocimientos técnicos refuerzan nuestra fe y nuestra conciencia. Para vosotros, abogados, estudiar y aprender más sobre teología, las enseñanzas de los Padres y de la Iglesia, así como profundizar en el conocimiento y la formación en derecho canónico, es vital para dotaros de una formación teológica y jurídica que os ayude en vuestro trabajo en nuestros tribunales. En este sentido, ni siquiera esta conferencia es suficiente; debéis seguir profundizando en vuestros conocimientos y educación para comprender mejor la santidad del sacramento del matrimonio, y tratar los casos matrimoniales con dignidad, no como abogados que buscan satisfacer a sus clientes.
En cuarto lugar, las finanzas. Nuestro Señor nos dijo: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso". Os pido que seáis misericordiosos al tratar con las familias desestructuradas que acuden a vosotros en busca de ayuda profesional; que aceptéis los casos incluso de los que tienen dificultades económicas, que no dejéis nunca sin ayuda técnica a los que no tienen medios económicos, y que cobréis de forma justa y equitativa a los que se lo pueden permitir.
Como pastores, sabemos que nuestras familias se enfrentan a todo tipo de nuevos retos como resultado de esta nueva era digital y los medios sociales; esto es una gran preocupación para nosotros los pastores. Ante esta grave realidad, os pedimos que seáis buenos abogados y jueces; porque no basta con conocer las leyes y las normas para ser buenos jueces. Debéis creer en estas leyes, que son la traducción legal de las enseñanzas del Evangelio. Así es como te conviertes en socio de la misión de la Iglesia. Hay que procurar que la conciencia de los fieles que atraviesan dificultades matrimoniales no se aleje de un camino de Gracia. Esto se consigue con el acompañamiento pastoral, con el discernimiento de las conciencias (cf. Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, 242) y con el trabajo de nuestros tribunales. Este trabajo debe emprenderse con sabiduría y en busca de la verdad.
Permítanme, en vuestro nombre, dar las gracias a nuestros tribunales eclesiásticos de Jerusalén y Ammán, en particular al Padre Jihad Shweihat y al comité organizador por su visión y su duro trabajo. Todos estamos aquí gracias a su dedicación y al duro trabajo que han realizado para conseguirlo.
+ Pierbattista