Excelencias Reverendísimas,
Queridos hermanos y hermanas,
Querido Obispo Rafic,
¡Que el Señor os de la paz!
"Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?"... "Sé el Pastor de mis corderos"... "Sé el Pastor de mis ovejas" (Jn 21, 15, 17).
En este breve e intenso diálogo entre el Señor resucitado y Pedro está el sentido de lo que hoy celebramos aquí. Jesús le da a Pedro un nuevo mandato: apacentar el rebaño de Dios. Y este mandato está ligado a una sola condición: amar a Jesús.
Pedro viene de una experiencia de fracaso: traicionó al Señor, lo negó tres veces. Y no es casualidad que en el Evangelio de hoy renueve tres veces su promesa de amor al Señor resucitado. La traición, la infidelidad y los temores de Pedro no son un obstáculo para la misión que le ha sido encomendada, no perturban al Resucitado. En cierto sentido, Jesús, en el Evangelio de hoy, se encomienda a Pedro, porque confía en el frágil cabeza de los Apóstoles la tarea de hacer conocer el rostro de Dios al mundo entero. Jesús quiere, de ahora en adelante, ser conocido y encontrado precisamente a través del testimonio de estos discípulos temerosos y tan "humanos". Pero sobre todo quiere que estén llenos del Espíritu Santo, es decir, que se unan a él, que lo amen. El resto viene después.
Hoy, querido Rafic, también tú has recibido el mandato de la Iglesia de apacentar el rebaño de Dios. También vosotros estáis hoy unidos en la misión de Pedro y de los Apóstoles, la de convertiros en el primer testigo del Señor resucitado. Solo se te pedirá una cosa antes de tu unción: ¿Realmente lo amas? A pesar de tus pequeñas y grandes traiciones, a pesar de las limitaciones que seguramente habrás experimentado durante estos años, a pesar de todo, en fin, la Iglesia hoy te pide una sola cosa: ¿Amas al Señor? El testimonio que la Iglesia espera de vosotros está por encima de todo eso.
Estoy seguro de que durante estas semanas de preparación, después del anuncio de vuestro nombramiento, habéis leído mucho sobre lo que significa ser obispo, y os habrán contado muchas cosas al respecto. Sabemos que el episcopado es ante todo un oficio pastoral. Pero también sabemos que gran parte de tu tiempo lo ocuparán los aspectos administrativos. Conociéndote, sé que esto te preocupará lo menos posible. Imagino que nos veremos más en parroquias, escuelas y otros lugares de encuentro diversos. Eso esperamos.
Permítanme, pues, añadir mi propia reflexión a las que seguramente ya le han hecho y que le han sido propuestas. Sólo una, una breve.
Ciertamente, el obispo debe ser un buen administrador. Ciertamente, debe estar presente en la vida pastoral, social y política del pueblo a él confiado; debe saber guiar a su rebaño en la vida de la Iglesia, saber enseñar, saber mantener intacta la fe. Ciertamente, en definitiva, debe saber afrontar las diversas instancias de la vida eclesial y de la sociedad en la que se inserta la Iglesia, defendiendo los derechos de Dios y de los hombres. Esto está claro.
Pero sobre todo, también debe aprender a ser un "padre".
Un padre ante todo para los sacerdotes. La identidad del sacerdote está constitutivamente ligada a la del obispo. Un sacerdote no puede existir por sí mismo. Su ministerio desciende del obispo y está ligado a él. Su mandato, su servicio pastoral, su misión en la Iglesia tienen sentido mientras permanece unido a su obispo. Ubi episcopus, ibi ecclesia. La Iglesia se forma en torno al obispo, es cierto, pero son sus primeros colaboradores, los sacerdotes, quienes hacen visible y tangible la misión del obispo. Así que ámalos como el Señor te ha amado. No siempre será reciproco y no siempre serás comprendido, como Jesús no lo fue con los suyos. Pero esto no debe convertirse en una obstáculo para detener tu trabajo de caridad. Hazte presente entre ellos, hazles sentir que estás ahí y que los amas. El resto seguirá. La vida pastoral de la Iglesia será tanto más eficaz si se basa en una verdadera relación de amistad cristiana entre obispo y sacerdotes.
Sé también el "padre" de todos los fieles. No crees demasiadas barreras entre ellos y tú. A veces es necesaria una cierta distancia, para conservar la propia libertad interior y no dejarse abrumar por las situaciones a las que a veces puedes encontrarte expuesto. Sin embargo, será importante encontrar el justo equilibrio, aquel que os deje suficientemente abiertos, sin hacer distinciones ni preferencias, a las múltiples necesidades de los fieles, a sus peticiones a veces inoportunas, exageradas, difíciles. Procura que todos sientan que estás cerca de ellos, presente, capaz de escucharlos con sinceridad. Esto te hará vulnerable y, a menudo, te dará un sentimiento de impotencia, porque serás incapaz de satisfacer las muchas necesidades que te expresaran. Pero es una vulnerabilidad necesaria, porque te recordará que tu misión, tu servicio, tu mandato no es tu prerrogativa, tu posesión. Se te han encomendado y es al Señor a quien debes confiar en la oración gran parte de lo que te ha confiado. Así aprenderás a compartir, a no sentirte el único responsable de tu misión.
Tampoco confundas "paternidad" con mera "amistad". El padre es más que un amigo. Ser padre implica saber generar: fe, ante todo, pero también vida en la Iglesia.
Tendréis que aprender a formar a los sacerdotes y a los fieles para que crezcan y se conviertan en adultos sólidos en la Iglesia, enseñándoles a orar, a estudiar la Palabra de Dios. Pero también tendrás que aprender a corregir los errores, a llamar a la obediencia, a saber decir el "sí" y el "no" necesarios y, - sobre todo - a enseñar a perdonar. El amor de Dios que has experimentado es ante todo perdón recibido. Y como lo fue para Pedro en el Evangelio de hoy, así también sea para ti: que todos, sacerdotes, fieles, religiosos, en fin, cualquiera que encuentres, se sienta escuchado, amado, perdonado, y haga a través de ti la experiencia de la escucha, del perdón y del amor de Dios.
Vuestro ministerio episcopal se expresará en un contexto específico: la sociedad israelí. Es un mundo complejo y, como todas nuestras diferentes realidades pastorales, en profundo cambio, con muchas dificultades y tensiones. Solo te daré algunos consejos:
- Formación cristiana.
No estoy seguro de que nuestros catecismos, nuestras escuelas, nuestras diversas iniciativas pastorales sean capaces, hoy, de formar adecuadamente en la fe cristiana a nuestros jóvenes y mayores. Hablamos mucho de "identidad" en estos días, especialmente en el complicado contexto social en el que estás llamado a evolucionar. Estoy convencido de que la formación cristiana, el conocimiento de la propia fe y una sólida identidad religiosa preceden y construyen una sólida identidad social y política, y no al revés. Os corresponderá a vosotros ayudar a nuestra Iglesia a identificar, en nuestra particular región pastoral, formas y caminos de formación adaptados a nuestro tiempo y a nuestros jóvenes, para que puedan afrontar, como cristianos adultos, la multireligiosa y la multicultural sociedad de Israel. Al mismo tiempo, añadiré que también estoy convencido de que las estrategias pastorales quedarán en letra muerta si no van acompañadas de un testimonio de fe sincero y verdadero, que debe ser sobre todo vuestro y el de los sacerdotes.
- Los jóvenes.
Me reuní en varias ocasiones con grupos y movimientos de jóvenes. No es cierto que todos estén alejados de la Iglesia o que no les interese la reflexión religiosa y la fe. Hay un deseo sincero de experimentar, de encontrar al Señor resucitado. Quizás a los jóvenes de hoy no les interesen las charlas sobre Jesús, las teorías religiosas o las charlas abstractas. Están buscando un testimonio creíble. Hoy, el Resucitado es encontrado sobre todo por los testigos.
- Finalmente, percibo en nuestros fieles un sincero deseo de participar.
Que todos participen en la vida de la Iglesia. Estamos en un camino sinodal, donde se habla mucho de participación. Que no se trata simplemente de un ejercicio formal consistente en responder a la solicitud de sus superiores de cumplimentar algún cuestionario.
La sinodalidad y la participación son el modo de ser de la Iglesia. Decíamos antes: ubi episcopus, ibi ecclesia. Pero podemos añadir que el obispo solo no hace la Iglesia. El sacerdote solo tampoco hace la parroquia. Tampoco son los fieles, sin los pastores, quienes hacen la Iglesia. Ciertamente es mucho más sencillo y efectivo decidir por uno mismo, dirigir y mandar. Pero al final es también un camino estéril, que no genera vida en la Iglesia, porque no nos permite encontrar a Cristo. Asi que ayuda a esta parte de nuestra Iglesia de Jerusalén, de la que tanto dependemos, a convertirse en una comunidad verdaderamente grande y hermosa, compartida, donde la comunión y el compartir se conviertan poco a poco en una realidad visible.
Estimado Rafic,
Toda la Iglesia de Jerusalén se reúne hoy a tu alrededor. Que tu ministerio episcopal, que comienza hoy, se convierta en fuente de vida, de alegría y de resurrección para la parte de la Iglesia de Jerusalén que es Israel. Que todos vean en ti un reflejo de ese amor entre el Resucitado y Pedro, que nos ha presentado el Evangelio de hoy.
En este lugar santo, la Virgen María, con su obediencia, hizo posible la obra de la Redención. Que ella interceda por ti, te acompañe con su bendición maternal y te haga colaborador creíble de la Redención
Mabrouk!
† Pierbattista Pizzaballa
Patriarca latino de Jerusalén